ESPEJISMO

El calor arde en la superficie de la tierra y se eleva ondeando la visión. Qué puedo hoy observar, más que una mera intuición de lo que hay detrás de esa cortina, que desdobla y desdibuja aquello que trato de alcanzar. Busco la sombra de un árbol para descansar la espalda y refrescar los pies, me reclino y pongo las manos en el pecho.

Cerré los ojos, el calor pasó de largo, y me fui de nuevo a aquél lugar. Hay quien lo llama Sueños, pero yo conozco bien aquél mundo y sé que es de verdad, cuando voy a ese lugar éllos me dan la bienvenida, y esperan con impaciencia la historia que les voy a contar.

Aquella tarde lo que sucedió es lo siguiente: Corríamos por un prado verde florecido, los vestidos sueltos y ligeros, se movían con el viento, y la casita de madera se fue acercando, a su lado había un árbol de frutos amarillos, hojas de verde intenso y aroma de madera nueva. Dentro de la casita, la vimos de espaldas, meciéndose, con la ventana abierta. Ella también estaba visitando el otro mundo, sólo se escuchaba su respiración, pero cuando entramos nos dijo: "Os estaba esperando".

Tenía doscientos años, pero su piel era tan fina como la de una niña de siete años. Su mirada profunda atravesaba las montañas, y mi corazón saltaba de alegría con sólo mirarla. Ella nos iba hoy a explicar el secreto de la cueva escondida. Mi sorpresa fue que ella nos había preparado agua, un poco de comida y el mapa de las tres montañas. En un amarillento papel arrugado había marcado con una cruz el lugar donde la cueva se hallaba. No tenía pensado explicarnos el secreto, nos iba a enseñar cómo descubrirlo por nosotros mismos.

Y después de sus orientaciones, y una larga caminada, llegamos a la puerta de la cueva escondida. Miramos dentro, vimos una luz anaranjada, olimos el olor a incienso quemado, y el sonido de un canto harmónico. Nos adentramos silenciosamente, y vimos un pequeño fuego, cuatro personas sentadas encima de una piedra alrededor del fuego y tres piedras vacías. El más grande de los cuatro nos indicó sentarnos en las piedras.

Y continuaron cantando, hasta que nosotros pudimos repetir y afinar el mismo canto, y nos sumamos al sonido del grupo. Las voces se mezclaron e hicieron una sola, más densa y profunda, que salía por la puerta de la cueva. El águila contestó en seguida, los buitres se acercaron, el halcón también respondió. El fuego se levantó en forma de remolino, fuerte y con dirección hacia el cielo azul, hasta alcanzar las nubes. Y las nueves trajeron visión y resplandor, pudimos ver en el centro de ese fuego la revelación, miramos hipnotizados por nuestra propia música y nos vimos a nosotros allí, dentro del fuego, organizando nuestro pueblo. Había mucha actividad y gente alegre en ese lugar.

Sentí una lengua áspera, y abrí los ojos, tenía un gato lamiéndome la cara, tocándome delicadamente con su patita la nariz, estaba sentado sobre mis manos encima del pecho. Me di cuenta de la falda del árbol, su sombra, y una brisa fresca había levantado. Miré al felino travieso, observé la cueva escondida, hice una respiración profunda, sonreí, esperando pacíficamente volver de nuevo a ese lugar.

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