OREJAS DE BURRO

Está todo muy oscuro, no veo nada y no quiero verlo. Siento mi agitación en todo mi cuerpo, sólo me escucho a mi mismo, pero la respiración es tan fuerte y entrecortada que no me deja escuchar mis pensamientos. El cuerpo me tiembla. Estoy con las rodillas dobladas, no puedo levantar la cabeza y los cabellos están pegándose en el techo.

Abro los ojos y los muevo hacia un lado y hacia el otro. La negra oscuridad se va transformando en un fondo suave de formas grises y llego a percibir la pared abultada a mis lados. Levanto una mano y rasco ligeramente, siento como cae el polvo en mi cara, huele a carbonilla. Mis pensamientos empiezan a recobrar un cierto tono azul y blanco, ¡parece que alguien ha encendido una luz dentro de mi cabeza!.

Aquí nadie me encontrará, ¡me quedaré toda la vida!. No pienso ir a clase de música, no quiero ver al señor cura, me tira de las orejas, me dice que soy un zoquete, que ni con la ayuda Dios sería capaz de hacer sonar música de ese instrumento, y que mejor me dedique a cargar sacos de harina, como los burros, y me puso dos orejas de burro en la cabeza, todos los niños de la clase se reían de mí.

En casa no puedo tocar el piano, porque a mi padre no le gusta el ruido que yo hago. No puedo estudiar y llego con la lección sin aprender, el cura me insultará otra vez y me dirá que no vuelva sin la lección aprendida. No quiero que me vuelva a poner las orejas de burro, ni que los niños se rían más de mi. No voy a volver a tocar un instrumento ni a cantar, yo no sirvo para esto, no me gusta el cura ni me gusta estudiar música. Pero sé jugar muy bien al fútbol, marco muchos goles y corro muy rápido. A los niños del cole les gusta que juegue en su equipo, y siempre me escogen. ¿Dónde está la pelota de fútbol?. Me voy a dar unos chutes en la pared de la iglesia.